Hace años, charlando con Sofía, psicóloga y hermana de una maravillosa amiga que ya no está con nosotros, le planteaba que buscaba desde hacía tiempo el porqué de mi existencia. Que creía firmemente en la idea de que todos hemos venido a esta vida a aportar algo y que yo aún no sabía que es lo que tenía que enseñar al mundo.

Le hablaba de lo importante que era para mí saberlo y que lo buscaba incansablemente.

Sofía, en esa conversación, se extrañaba de mi inquietud. A mi edad tan temprana, decía,  lo normal es estar en otros niveles de la Pirámide de Maslow.

Pirámide de Maslow

Fue la primera vez y la última que alguien me habló de esa pirámide. Me explicó que estaba dividida en varios niveles, en el que el primero era cubrir las necesidades básicas y el último nivel era el de la necesidad de autorrealización, en este nivel se encuentran las necesidades del desarrollo personal, espiritual y el propósito de vida.

También fue la primera vez que oí hablar del propósito de vida.

En realidad hacía años que buscaba el porqué de la vida, y todo ello fue porque tuve una segunda oportunidad.

Un día cualquiera, de una mañana cualquiera, tuve un accidente de tráfico. Iba sola, y  de repente y sin saber cómo,  perdí el control del coche y comencé a dar vueltas de campana por la autovía. Todo se movía a gran velocidad dentro del habitáculo, y yo me golpeaba con el volante una y otra vez. En ese momento, lo único que se me ocurrió hacer fue taparme la cabeza con las manos, a modo de protección. El coche pasó al carril contrario de la autovía con la buena fortuna que los coches que venían en sentido contrario venían lo suficientemente lejos para verme y frenar. Finalmente el coche se detuvo en la mediana boca abajo.

No recuerdo como salí del coche, solo me recuerdo descalza, sentada en la mediana, llorando y dando gracias. Veía sangre en mis manos pero según pudimos comprobar la sangre provenía de pequeñas heridas hechas por los cristales de la ventanilla por la que salí.

Como si de una película se tratase, uno de los conductores que paró, se acercó hacia mí y me dijo: –  ¿estás bien?, soy médico. Yo no podía parar de mirar el coche, llorar y seguir dando gracias. El resto de conductores insistían en que no me preocupase por el coche, que ya habría tiempo de comprar otro. Yo no lloraba por el coche, nada más lejos, lloraba de alegría, de alegría  estar viva, de haber salido ilesa, o al menos eso parecía. El coche quedó totalmente siniestrado y yo apenas tenía unos arañazos.  

Me contaron que salí del coche por mí misma, pero que salí de tal manera que parecía que me empujaban desde dentro, y estoy segura que así fue. Esa fue la primera vez que di las gracias por un suceso trágico en mi vida. En ese momento lejos de pensar en la mala suerte que tuve al tener el accidente, pensé en que la buena suerte me acompañó para salir ilesa.

A raíz de ahí, comencé a ver la vida de otra manera, comencé a ver oportunidades en los desafíos, y veía la posibilidad de crecer en cada obstáculo.

A día de hoy, agradezco cada situación pasada, cada vivencia. Doy las gracias a todas y cada una de las personas que han formado y forman parte de mi camino. Todas y cada una de ellas me han aportado algo. Muchas de ellas han aparecido en mi vida para mostrarme mis defectos, mis inseguridades y mis flaquezas, y gracias a ellas he conseguido crecer. Muchas otras han llegado para llenarme de amor y de alegría, para bailar y cantar juntas, para reír y para llorar, para contarnos la vida, para vivirla intensamente y para colmarla de logros comunes.

Y gracias a todas ellas encontré mi propósito. Gracias a ellas me di cuenta de que con que una sola persona se haya reído conmigo, con que una sola persona se haya calmado con mi abrazo, con que una sola persona me haya visto como una amiga en la que arroparse, una madre a la que abrazar, una hija a la que besar, merece la alegría haber pasado por la vida.

¿Qué es entonces el propósito?

El propósito, mi propósito es aquello que me hace sentir bien y que a su vez hace bien a los demás, aquello que haces con facilidad y sin esfuerzo, que te sale de una manera natural y espontánea, y que cuando lo haces y miras a la persona que tienes enfrente, sabes por su mirada que te recordará toda la vida.

Gracias Sofía por enseñarme tanto en aquella conversación, y a nuestra querida Lourdes, que cumpliste tu propósito de la mejor manera.