Un día leí, no recuerdo donde, la que denominaban  “Teoría del helado de fresa”.

El artículo decía que hay varias maneras de conseguir un helado de fresa. Más o menos podría resumirlo así:

Imagina que estás un día en casa tranquilamente, hace calor en la calle y el ventilador es tu consuelo en esa tarde de verano. De repente te entran unas ganas inmensurables de comerte un helado, preferentemente, un helado de fresa.

En ese momento piensas fuertemente en el helado, te apetece tanto que casi lo puedes oler, huele a fresa recién cortada, y casi lo estás saboreando, frío en tu paladar, dulce y cremoso.

Aquí se para el tiempo y pueden darse tres escenarios:

  • Justo ahí, llaman a la puerta, es raro que llamen a esa hora, son las 5 de la tarde en pleno verano y es la hora en la que todo el mundo está descansando. Te extrañas pero te levantas y preguntas -¿Quién es?-, es tu vecina Marina, te dice que la disculpes por las horas, pero viene de hacer la compra y por error ha cogido dos tarrinas de helado de fresa, en casa no gusta a nadie, así que viene a dejártelo. Y viene a esa hora porque no le cabe en el congelador, sino, podría haberlo dejado para invitados.
  • Llamas a tu hijo, que en ese momento está jugando con sus amigos, y le pides que por favor vaya a por helado de fresa, ya le recompensarás más tarde. Tu hijo te pone cara de pocos amigos, pero acepta a sabiendas de que algo se llevará a cambio.
  • La tercera y última opción es que te levantes del sofá, sin ganas de hacerlo, te pongas lo primero que veas en el armario, cojas el coche que está a 45 grados a la sombra y vayas camino del supermercado a por el ansiado helado.

 ¿Con cuál de las opciones te quedas? Yo desde luego me quedo con la primera.

Llevando esta teoría a nuestra realidad, pensemos un poco y seguro que ha habido muchas veces en las que se ha cumplido la “Teoría del helado de fresa”. Solo tenemos que poner atención a todo aquello que nos ocurra y por nimio que nos parezca observar cómo ha sucedido.

  • Se cumple la teoría cuando piensas en llamar a ese amigo y en ese justo momento recibes su llamada.
  • Se vuelve a cumplir cuando te apetece comerte un arroz y es la tapa del día en el bar.
  • Se cumple cuando tienes hora en la peluquería y estás tan agotada que llamarías para no ir, pero no lo haces porque han tardado semanas en darte la cita. Entonces suena el teléfono y te llaman para decirte que te cambian la cita para mañana porque han tenido un problema de agenda.

Son pequeños detalles que día a día van pasando desapercibidos, sin embargo, cuanto más conscientes somos de aquello que nos pasa, más nos damos cuentas de lo bueno que nos ocurre. Estamos acostumbrados a poner nuestra atención en lo menos bueno que nos sucede. Las conversaciones que oímos se enfocan en lo mal que se nos ha dado el día, entonces todos entramos en el mismo hilo y tratamos de que nuestra historia sea peor que la de nuestro oyente.

Desde hace un tiempo me gusta dar la vuelta a esas conversaciones, si ponemos nuestra atención en lo bueno que nos pasa, nos vamos dando cuenta que hay magia en muchos hechos.

Puedo acordarme de una tarde de invierno de hace unos años cuando decidí que quería empezar a correr. Fue una decisión extraña, porque no había corrido en toda mi vida, ni siquiera en mis años de colegio e instituto, donde siempre tenía alguna excusa para no hacerlo.

Esa tarde busqué por internet un planning, 10 minutos andando, 1 corriendo… y así hasta llegar a más o menos 40 minutos. No me atraía mucho la idea de hacerlo sola, pero tampoco conocía a nadie que estuviese empezando en este mundo desconocido para mí.

Decidida a llevarlo a cabo, salí de casa y a los 10 minutos me encontré a una amiga que hacía muchísimo tiempo que no veía, nos paramos, nos saludamos y le enseñe mi móvil, – mira, acabo de bajarme este planning para comenzar a correr-. En ese momento me mira asombrada y me enseña su teléfono con otro plan de entrenamiento, la miré atónita, comenzamos a reírnos y decidimos seguir juntas.

Continuamos por el camino hablando de las casualidades. Ninguna de las dos había corrido antes, y las dos, por separado, hicimos exactamente lo mismo para sin saberlo, encontrarnos en el mismo punto.

Casualmente, o no, ella es la ilustradora de Nenúfar.

Desde ese día vivo poniendo más atención a lo que hago, porque si consigues ver en las pequeñas cosas tus logros, poco a poco los irás viendo crecer.